La muerte está de visita y ayer se aventuró a rondar los panteones de Santa Cruz Xoxocotlán, gozando de su extraordinario misticismo fue la reina de la noche.
Con la tarde a cuestas, las calles de la comunidad
comenzaron a llenarse de catrinas y señoras con grandes ramos de flor de
campanita y flor de cerro, también rondaban los pequeños que cargaban la fruta
para el altar, los puestos ofrecían tejocote y cresta de gallo, los señores en
el panteón mezclaban cemento para reforzar las antiguas tumbas y a un costado
los tapetes quedaban casi listos.
Don Francisco, panteonero desde hace más de 13 años, corría
presuroso a llenar los tanques de agua, de un lado para otro acudía a la ayuda
para hacer lucir el lugar; “Estas fechas son muy importantes, nos da mucha
alegría que todavía la gente tenga ganas de venir a velar a sus difuntos, ya
que ésta es una tradición que nos dejaron nuestros antepasados y es nuestra
obligación hacerla crecer”, comentó.
El viento amenazaba con ofrecer una noche nostálgica, se
respiraba copal mezclado con el aroma de pan recién hecho. Los pajarillos del
panteón le daban el toque ideal al escenario y los cohetes a lo lejos señalaban
que la fiesta ya estaba comenzando.
Cuando la noche se apresuraba a llegar, el Antiguo Panteón
de iluminó con el colorido de las flores de cempasúchil, el olor a copal e
incienso y la luz de las velas formaban un cuadro digno de admirar.
Las calles que se aproximaban al cementerio lucían llenas,
entre pobladores llevando la ofrenda y turistas curiosos por ver la
majestuosidad de las tumbas, ya que se debe de resaltar que el ingenio y la
creatividad de la decoración fue un determinante para el asombro de propios y
extraños.
Pronto llegó la banda que se aceleraba a afinar
instrumentos, los acordes se aproximaron a las melodías más sentidas, desde
“Dios nunca muere”, “La Llorona” hasta el sentimental “Amor eterno”.
Algunos turistas extranjeros rondaban admirados, sus rostros
además de sorpresa mostraban el maquillaje de catrinas, fantasmas y diablitos;
las fotos del recuerdo fueron la constante.
Las más de tres mil tumbas que resguarda el camposanto,
dieron fe que el tiempo y las creencias son grandes aliadas, ya que la
tradición de la Velada en Xoxocotlán tiene vigencia para rato.
El vista ideal era pararse detenidamente por cada una de las
ofrendas, ya que era como montar un monumento ataviado de colores cálidos por
la flor de muerto, las cuales tapizaban con pétalos o flores enteras por toda
el sepulcro, además de los floreros situados en los cuatro puntos, veladoras
que hacían un conjunto religioso con las catrinas y calaveras que posaban;
otros en cambio, colgaban tejocotes y fusionaban los adornos de Halloween con
los distintivos cráneos decorados.
Una de las escenas recurrentes, era ver a las familias
disfrutando de un fragante ponche de frutas o café, y otros aventurados a la
alegría complaciéndose con un mezcalito; sentados en los sepulcros, en
banquitos o simplemente en la tierra, la gente gozaba de la plática que los
llevaba a recordar lo grandioso que era estar con el difunto.
Fue así como Doña Engracia dijo estar nostálgica, ya que
habían pasado cinco años de la partida de su hijo, “Estas fechas son muy
importantes para mí, siento que es una forma de estar con mi hijo y venir a
velarlo con toda la familia, le traigo sus flores, le pongo su agua y hasta su
mezcalito, todo como a él le gustaba”.
Mientras transcurría la noche, el frío hacia de las suyas,
pero eso no fue un impedimento para que la gante se fuera a dormir, ya que la
fiesta que se tenía en el panteón tenía vida hasta el amanecer.
El escenario y la vista eran aún más grandes y más variados
en el Panteón nuevo, el cual fue fundado en el año de 1976. Ahí la fiesta había
comenzado desde las nueve de la noche, dándole paso al baile y posteriormente a
la velada.
El sitio no era un panteón, o no por lo menos esa noche, era
un museo, una exposición que solo se da una vez al año; el culto a los muertos,
abrió la pauta al ingenio en la creación de obras maestras, las tumbas ya no
eran montículos de tierra o edificaciones de cemento, eran la sencilla pero a
la vez presumida forma resaltar flores y retratos que se alzaban con la luz de
las velas y se conjuntaban para la foto.
De igual manera, los tradicionales tapetes sobresalían con
la esplendorosa técnica de su creación. Bastaba un poco de arena, harina y
color para formar una ingeniosa figura religiosa. “Según la costumbre la figura
del tapete se hace según la devoción que el difunto tenía con algún santo o
virgen y los materiales son arena principalmente, harina, escarcha y pinturas
vegetales especiales que utilizamos para su elaboración”, dijo César, un
entusiasta artesano de los tapetes.
Y sin duda, los tapetes eran una virtuosa manera de rendir
culto. Sobresalía la imagen de Jesucristo en la cruz, la Virgen de la Soledad,
la Virgen de Juquila y el Calvario del señor. Todos ellos elaborados
minuciosamente por herederos de la técnica.
Pronto llegó la media noche, algunas personas se retiraban a
descansar, ya que al día siguiente les esperaba la elaboración del mole,
tamales y chocolate, pues la festividad debía de continuar para darle paso a
los difuntos de mayor edad, los cuales llegarían por la tarde del día siguiente.
El ambiente se prestaba para celebrar, el evento, más que
ver a la muerte como una etapa final de la vida, era una forma de exaltar que
la vida trascienda en los recuerdos y añoranzas de los seres queridos.
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